2010 - 2021 - 2027 – 2032.
Estos números son los que muestran los Años Santos Jacobeos, el de ahora mismo y el de los próximos tres. Año y Santo determinan todo un proceder que, llevado desde el corazón, muestran al mundo que la fe católica es algo más que un pasar. Al contrario, es un caminar hacia el definitivo reino de Dios.
Peregrinos por el mundo y hacia un Reino
El pasado 3 de enero, en el rezo del Ángelus, Benedicto XVI, refiriéndose a la apertura del Año Santo, dijo algo que resulta esencial para quien quiera considerarse, verdaderamente, cristiano y se sienta en camino del definitivo reino de Dios: los peregrinos están en “busca de la luz de la fe y la gracia del perdón”
Por tanto, en cierta manera, los peregrinos, y no sólo los que acuden a caminar por las diversas rutas del Camino de Santiago sino, por extensión, todo cristiano, buscamos dos realidades espirituales que nos son imprescindibles: luz de la fe y el perdón, con su gracia correspondiente.
Como luz nuestra peregrinación necesita de un faro que ilumine nuestro paso. Así, la fe en Dios es, sin duda alguna, aquello que, en la distancia eterna del definitivo reino de Dios, nos guía. Fe que arraiga en nuestro corazón cuando aceptamos la filiación divina y cuando hacemos, de ella, la mejor respuesta a nuestra relación con el Creador.
En el mismo Ángelus, dejó dicho el Santo Padre que “No faltan problemas en la iglesia y en el mundo, ni tampoco en la vida cotidiana de las familias”. No obstante, ni los problemas de la Iglesia católica ni los del mundo nos pueden hacer olvidar lo importante que es, para nosotros los creyentes, reconocernos en un camino, por el que peregrinamos y por el que deseamos pasar.
Ciertamente es un camino lleno de obstáculos que, a veces nos los ponen nuestros semejantes y a veces somos nosotros mismos los que nos los ponemos. En ambos casos es muy posible que nos desvíen, tales obstáculos, de la meta que buscamos con ansia y que no es otra que la vida eterna en el definitivo reino de Dios.
Por eso nos interesa caminar sabiendo hacia dónde vamos y, sobre todo, si queremos ir hacia dónde vamos. Son dos realidades que no podemos olvidar: qué es lo que buscamos y si, en realidad, queremos lo que buscamos.
Para esto es muy importante la fe que nos sostiene. Con ella podemos encarar los obstáculos que se nos/nos ponemos. Sin ella cualquier intento de continuar caminando deja de tener sentido y es, simplemente, imposible tal continuación.
Así, siendo peregrinos por el mundo sabemos que tenemos que transmitir al mismo que somos lo que somos, hijos de Dios y que, quiera o no la mundanidad y lo políticamente correcto vamos a continuar, pese a quien pese, hasta nuestro destino definitivo porque, como peregrinos, desde antes de haber iniciado el camino ya estamos preparados.
Entonces, bien podemos decir que Año Santo ha de ser, en realidad, días santos para cada uno de nosotros. Y así, con la consideración de nuestra vida como instrumento de Dios que nos impele a caminar desde nuestro corazón, no dejar de reconocernos en el corazón de los hermanos que han optado por cumplir con la voluntad de Dios y por no salirse del camino para buscar algún atajo que, alo mejor, les hace caer por un precipicio espiritual.
Y, para cada uno de nosotros, la fuerza que emana de saber que Quien espera es Dios, que Quien está con nosotros en cada paso es Cristo que nos acompaña (hasta el fin de los tiempos dijo que estaría con nosotros) y no nos abandona en cumplimiento de su fidelidad, fidelidad de Creador.
Por eso, ahora que Benedicto XVI ha invitado a peregrinar a Santiago de Compostela, en este especial Año Jacobeo, no deberíamos olvidar que en realidad, para cada uno de nosotros, que estamos en peregrinación hacia el definitivo reino de Dios, todo en nuestra vida es camino y que no tenemos limitadas las causas por las cuales nos consideramos peregrinos.
En cierta manera, somos, por así decirlo, unos peregrinos eternos que buscan, precisamente, la eternidad y que saben, y reconocen, que al final de este largo camino está Quien, al crearnos como su semejanza, esperaba que un día volviéramos a formar parte de Él.
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